bad luck buddy 

Nat Meade, L21. 



¿Qué árbol quieres ser cuando seas mayor, cuando ya no seas, cuando tu materia ya no te pertenezca? De hecho, ¿alguna vez te ha pertenecido? Una pregunta irrelevante ahora que las partículas que formaban tu cuerpo se alejan entre sí y entregan a la entropía, el aliento que te mantenía con vida es arrastrado por el mismo viento que mueve las ramas y hojas.


Las pinturas de Nat Meade son como pequeñas gemas: contenidas en tamaño, pero de brillos y sombras profundas en su interior. En él contienen estas preguntas trascendentales: las de la vida, la muerte y la naturaleza, las de la entropía y la disolución del cuerpo. Los primeros planos de sus personajes, todos ellos hombres de pelo largo y barba, nos brindan momentos de intimidad existencial en los que destaca la presencia de los elementos: la tierra, el aire, el fuego y el agua están alrededor, tomando distintas formas y dándonos el contexto que acoge estas experiencias.


En ocasiones, los personajes de Nat Meade carecen de cuerpo para ser solo una cabeza con los ojos cerrados, pero una cabeza que es recogida y soportada delicadamente por todo lo que la rodea. Son atemporales, acaban de nacer y al mismo tiempo ya son viejos. ¿Qué ven esos ojos cerrados? Es difícil de decir, pero está claro que habitan un amplio mundo interior tanto como habitan el mundo exterior. La naturaleza les protege y envuelve, o bien, con el tiempo, se convierte en el escenario de su inevitable descomposición. Su relación con la naturaleza es íntima y compleja, en palabras del artista, “las formas y fuerzas naturales son una manera de indicar que el mundo les está sucediendo a ellos y sucede alrededor de ellos: el viento está soplando, las flores y las hojas se agitan. El tiempo está pasando.”1


El tiempo transcurre en las pequeñas gemas. Un rostro se hunde en la hierba hasta desaparecer en ella. La textura de la barba y de la corteza de un árbol caído se funden en un mismo paisaje. El viento se lleva la exhalación en forma de humo blanco y hace bailar los pétalos de las flores. De unos ojos entreabiertos se desprenden lágrimas azules mientras, en otro lugar, una cara rojiza con mirada serena se sumerge en un estanque que le devuelve sus propios reflejos… Incluso si los personajes parecen a veces haber olvidado su propio cuerpo o haberse desprendido de él, no es posible ignorar la vibrante materialidad de estas pinturas. El artista elige a menudo soportes como la madera, el cáñamo, el lino o el yute. Es decir, superficies resilientes que soportan el proceso de aparición y desaparición de las imágenes, las cuales se van formando poco a poco, como por oleadas, emergiendo del proceso.


Donna Haraway ha escrito recientemente que somos hijos del compost y que, igual que hay que aprender a vivir, también hay que aprender a morir:

“Los tiempos confusos están anegados de dolor y alegría (…) La tarea es generar parientes en líneas de conexión ingeniosas como una práctica de aprender a vivir y morir bien de manera recíproca en un presente denso. Nuestra tarea es generar problemas, suscitar respuestas potentes a acontecimientos devastadores, aquietar aguas turbulentas y reconstruir lugares tranquilos.”2


La destrucción, en definitiva, es condición para la creación, no solo en el arte, también en la naturaleza: de la podredumbre del bosque se alimenta un universo de micelio. Las pinturas de Nat Meade apuntan a dicha tarea, acogiendo emociones a veces contradictorias, pero proporcionándonos al contemplarlas un presente denso y un lugar tranquilo en el que quizá, solo quizá, sea posible aprender a vivir y a morir.


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1 Nat Meade, entrevista no publicada con el artista. Enero de 2021.
2 Haraway, Donna. Seguir con el problema: generar parentescos en el Chthuluceno. Bilbao: Consonni, 2019. Págs. 19-20.

Palma 2021






Fotografías:Natasha Lebedeva, cortesía de L21.