walking art: estrategias iterables en la ciudad

Valencia, 2020














Los días 4 y 5 de marzo de 2020 tuvieron lugar en la UPV las jornadas Gestos y evanescencias en el espacio urbano, en las que participé como invitada. Mi propuesta para las mismas fue el taller “Walking art: estrategias iterables en la ciudad”, que consistió en una presentación seguida de una dinámica urbana colectiva. A modo de contexto antes de pasar a la acción, la presentación se ocupó del tema de caminar como una práctica artística y política y en ella se introdujeron numerosos referentes entre los cuales se encuentran Stanley Brouwn, Michelangelo Pistoletto, Allan Kaprow, Rosemarie Castoro, Esther Ferrer o Fina Miralles. Sus distintas prácticas se organizaron en torno a lo que he denominado estrategias iterables (es decir, repetibles, recontextualizables y resignificables) que en el caso del taller fueron: mapas, objetos y huellas.

En cuanto a la dinámica urbana, entre distintas propuestas valoradas por los participantes se llevó a cabo una deriva de viento, acción urbana que consiste en salir a caminar con un pedazo de tela que marca la dirección del viento y avanzar de acuerdo a la misma, tratando de replicar los movimientos, vacilaciones y momentos de pausa de la tela con el propio cuerpo: modificando el ritmo del paseo, fugando en distintas direcciones, parando en seco... El viento fue especialmente intenso durante aquella semana y algunos vuelos se vieron cancelados por la borrasca Karine esa misma mañana en el aeropuerto, haciendo incierta la llegada a Valencia. En lugar de convertirse en un obstáculo, el viento cumplió el papel de catalizador: creó una pequeña comunidad circunstancial que echó a andar sin saber de antemano cuál sería su recorrido, abriendo fugas posibles multidireccionales.

Proseguimos la deriva hasta la Torre Miramar, situada en el acceso a la ciudad por la V-21. Inaugurada en 2009, es una construcción vertical sin un propósito claro, una torre de 45 metros de altura desde la que el mar apenas se aprecia en la distancia. Se levanta en una rotonda con varias fuentes en las que se estancó el agua, vegetación abandonada y un paso inferior de 300 metros ennegrecido por el continuo paso de los coches. Monumento del sinsentido del que venía investigando con cierta fascinación a pesar de la aparente imposibilidad de acceso. Contra cualquier pronóstico, tuvimos la suerte de encontrar la puerta abierta: una invitación colectiva a perderse en el ascenso, conquista simbólica de una cumbre vacía y posterior descenso. El viento soplaba con más fuerza en lo alto del mirador. Alguien ató allí su pedazo de tela en primer lugar. Seguimos su ejemplo los demás.