ser una fuente pública (o el artista desahuciado)


Publicado en Otoño (em-vm), 2016



“If I was an artist and I was in the studio, then whatever I was doing in the studio must be art.”1


Lanzarse a la calle y hacer de ella el espacio de trabajo más amplio, abierto y estimulante que se pueda desear. En el habitar los lugares cotidianos, en el trayecto entre ellos, encontrar las pequeñas fisuras que invitan a la acción o la intervención artística. Y exponer(se) en el contexto lábil y cambiante del espacio público.


El artista sin estudio no es solo el artista precario que no puede pagar un espacio de trabajo, tampoco aquel que olvidó la fecha límite de una prometedora convocatoria, sino también el artista errante: el que se entrega a la deriva y pasa horas en la calle, observando, jugando, el que se deslocaliza hasta tartamudear su nombre propio, el que voluntariamente comete errores a vista de todos (errare humanun est…).


Porque, ¿qué es exactamente el estudio de artista en su concepción tradicional? Un lugar que el artista posee o que, por otras circunstancias que no vienen al caso, puede llamar suyo. Un lugar al que acude religiosamente, o al menos de manera rutinaria y secular, a producir su arte. Despejemos la abstracción un poco más: a pensar, a andar en círculos, a frustrarse de vez en cuando, a resoplar, a manosear ideas con las manos sucias y, eventualmente, a producir algo.


Ahora bien, si continuamos profundizando en la especificidad de este misterioso y aún mitificado lugar en relación a las prácticas artísticas, entonces cabe preguntarse qué se puede hacer en el estudio que no se pueda hacer en el espacio público, más allá de la puerta que marca la frontera entre la vida cotidiana y los espacios tradicionales del arte. La primera respuesta se relaciona con la objetualidad. Es decir, la producción de objetos artísticos pesados, de grandes dimensiones, que precisan de un cierto aparataje técnico… en definitiva, no cómodamente portátiles o concebidos para la posibilidad del trayecto como lo era la famosa maleta de Duchamp o su menos conocida Escultura de viaje. ¿Qué más? Almacenar, acumular materiales y obra anterior, quizá de años atrás, incluso obra que se descarta pero no se desecha, libros inspiradores que se hojean de vez en cuando… Por último, no se puede ignorar la intimidad: el espacio del estudio es un espacio privado y, como tal, nos pone a resguardo de la interpelación no deseada del otro, de su mirada incrustándose en nuestro quehacer.


Puede que estas sean las razones por las cuales el artista errante, el artista sin estudio, muestra una tendencia al movimiento, a la deslocalización, a la infidelidad para con un solo medio y, casi necesariamente, también a una cierta desmaterialización. Carga lo mínimo, es un respirador que tiende a acotar espacios invisibles y los reclama como espacios para la práctica artística, aunque solo sea momentáneamente, un momento tan breve como dura una acción fugaz o el disparo de una fotografía. Se expone con ello a la mirada curiosa de los otros que a veces permanecen un rato, otras pasan de largo sin hacer(se) más preguntas. Se entrega así mismo a la contingencia, pues el artista errante nunca puede delimitar con demasiada exactitud las condiciones espaciales, o incluso ambientales, de la creación artística.


Me pregunto, releyendo la cita inicial, qué habría sido de un Bruce Nauman desahuciado. Probablemente no le hubiera quedado más remedio que ampliar su definición de lo que debe ser arte. Tal vez ligar este último al juego, el disfrute y el deseo, más que al deber.  Andar con contraposto en una calle principal, mapear un descampado y correr detrás de los ratones, retratarse en un parque como una fuente pública de la que cualquier extraño pudiera beber.


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1. Bruce Nauman in conversation with Ian Wallace and Russell Keziere, Vanguard, Vol. 8 #1, 1979












Bruce Nauman en su estudio en 1997.













Marcel Duchamp. Boîte-en-valise (de ou par Marcel Duchamp ou Rrose Sşlavy), 1935-41.